La ciclicidad con este nuevo estornudo verbal, kilominutos después del último, copa los sobredimensionado. Y barrunto violada cualquier idea de ecuanimidad con mis anteriores deposiciones. Me alarma en gerundio.
La diferencia yoica no la sé calcular. Y no por la involución de mis matemáticas. Preocupante es el bloqueo que mantengo al intentar escupir. O el secuestro de largo plazo de sopas de letras que en mi cabeza conseguía digerir. Recuerdo estar, amparado por mi incontinencia verbal. Quizá tomaba notas. O enfrié mi amistad. O apreté «mute» al tumbarme a descansar. Y me olvidé de hablar.
Fin de prefacio.
Ahora. Acalambrado aún. Me presento en una dulce emboscada. Conseguido lo alabado y aconsejado. Presuntamente suficiente para, primero, suprimir esa abulia motivacional que se mudó en mis motores y, segundo, para cumplir un pacto-avenencia con el desamparo de mi vocación. Me vale nulo.
Máxima de no-linealidad. Aprender en gerundio, y vestido de dolor. El ejemplo vivo del impacto de lo altamente improbable. La caída del castillo de naipes, la borrasca que nadie le predijo. Y ahora, en la cima de una montaña de una vida exógena.
Sin saber bajar. Y el no parar de lo demás.
Al. Kasanov
Al. Kasanov