lunes, 26 de julio de 2010

Reminiscencia del rey de corazones


Llegó como un embarazo a los dieciséis. Sin querer y sin avisar.

Nadie le enseñó qué debía querer, y es que necesitaría otra vida para compararla y enmendar. Nadie le advirtió que las metáforas son peligrosas. Ni que la predilección no es amor. Que no existía el reciclaje emocional, un consumo de lo caducado pero siempre aceptado por sanidad (para no sentirse mal por el abandonado). Tampoco nadie le advirtió que la singularidad era una moneda de dos caras, la placentera originalidad y la posible adicción que podía provocar hasta el mejor sibarita de lo social. Que la irracionalidad no tiene vacuna.

Preñado por la casualidad. Gestación sentimental. No supo dónde cogerse. Y es que vivía en una sopa de letras dónde no se sabía formar palabra alguna. Encriptado en un yoismo en constante reforma:

Distante con la resonancia del vox populi emocional. Arrendatario de puntos muertos, conformismo de alquiler, un observatorio de las vidas de los demás y un stand by de la propia a demasiado largo plazo. Y es que siempre le sedujo Adán y Eva, los primeros rebeldes de lo impuesto y lo establecido. Transgredir una norma impuesta, les dio la vida. Tampoco le seducían las gincanas de lo sentimental. Hacer lo coherente y lo aceptado, le resultaban un atropello y una amputación de alas. Una superchería emocional. Sin pudor ni reparos, vocación de coleccionista de deseos, placeres y apetencias. Sinceridad ante notario.

Y así se encontró, desnudo, expuesto en la antecámara de la esperanza. Desnudo, como el cuento del rei. Vivía en su castillo de dogmas recién fortificados, de fina arquitectura emocional. Tan bello pero frágil como una construcción imperal de naipes. Bastó poco para derrumbar, un soplo de aire fresco. Bastó poco para entrar, por la puerta de atrás. Bastó poco para comprobar, que por buen castillo ultradimensionado y bañado en racionalidad, sólidos dogmas y armado con fuertes creencias; la afinidad, la vitamina F, la originalidad, la preciosología, ella; pueden inyectar una irracionalidad incontenible que haría claudicar al peor de los dogmáticos, bajar a tierra al peor de los astronautas, consentir al peor de los orgullosos e invitar a su propio mundo al peor de los misóginos. Hasta podrían llegar a hipotecarse el corazón.

Cuidado con la monarquía afectiva, rei de co[n]razones.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Sabiendo ser antónimamente


Empezando a ser un poco más aquello que no soy o cómo dar vida a mi yo antónimo.

Voy a empezar a ser más de Colacao que de Nesquick. A ser un poco más de del Barça que del Madrid. Voy a ser más de Calippo de lima que de fresa. De fruta más que de carne. También, voy a empezar a ser un poco más de cena en restaurantes que de bocadillos Bimbo con Nocilla. Un poco más de polín que de caramelos PEZ. Un poco más de cine que de Aquarium. Déjame también que sea un poco más garrulo. Un poco más capullo. Un poco más de piropo que de metáfora. Ser un poco más estándar.

Voy a ser un poco más de conducir que de que me lleven. Un poco más de hacer que de pedir. Voy a ser un poco más de manipular que de persuadir. Sí, un poco más de mentir. También un poco más malo. Si puedo serlo... Pero, sobre todo, permíteme que sea un poco más de saber irme y no de que me echen.

Sigamos. ¿Por qué no ser un poco más, todavía? Un poco más de gimnasio, de moreno, de gomina, de extrovertido, de Ibiza, de botellón, de HMYV, de playa, de bambas, de esquíar, de tejanos, de llamar por teléfono, de fanático, de patriota, de supersticioso, de palabras bonitas… Un poco más de lo que el mercado demanda. Un poco más de prostitución emocional. Un poco más de Panini. De stick-stack. Un poco más de Tilllate, de Icanteachyou, de books domésticos. Voy a empezar a ser un poco más, el resultado más repetido.

Finalmente, voy a ser un poco más de acción que de pensamiento. Un poco más de conrazón que de corazón. Un poco más de mandarte a la mierda que de esperar tu enmienda. También, un poco mejor lector. De pasar página cuando termine termine de leerla y no de cuando ella termine conmigo. Un poco más de acabar con el pasado que de que él no haya terminado conmigo aún.

Verás qué genial seré, porque de donde yo vengo, nadie me recuerda.


Al.

jueves, 11 de febrero de 2010

Una moda analfaestética


Háblame del interés,

Y del rechazo por el interesado. O mejor aún. Explícame el por qué de este embrollo verbal. Enlista las atrocidades de esta injusticia léxica. Si las hay.

Dime por qué castigan una palabra tan útil y tan llena de vida. Esa reafirmación expresa de aquello a querer, tener, poseer o disfrutar. Ese motor. Ese que-nos-mueve. Ese qué.

Dime quién no es interesado. Dime quién no se mueve por interés. Dime:

¿Quién no vive en felicidad entre amigos? ¿Quién no los tiene por el placer que se percibe a modo de renta emocional, imparablemente gratificante; del interés de untarse con el jugo del que dicha amistad desprende? ¿Quién es amigo de alguien por que no le interesa nada, porque nada interesante recibe? Dime, ¿quién se mueve por el no-interés? ¿Cuántos enamorados de algo banal para ellos?

Quizá resulta, que después de todo, el problema no son los interesados. Sea no a llamar las cosas por su nombre. Quizá el problema no sea, después de todo, ni el interesante ni el objeto de interés, sino el exilio de las sinceridades. Las que podrían asustar, molestar. Poco chachi-sociales. Suenan los 40 falsedades. Mal-llamados, interesados.

Mejor ser comedido en las maneras y blanquear quereres. Superchería de intenciones.

Mienteresados.

Ser sincero en los tiempos que corren. Acto de rebeldía.

domingo, 10 de enero de 2010

Pensando en insomnio

Llora hoy. Sécate mañana.

Ódiala a sangrar. Pero quiérete en demasía, como siempre. Una mala cosecha, sí. Sube el precio del kilo de fracasos. Baja el de las mejillas. Mercado de autoestima, en tendencia bajista. Cambia las cosas, muchacho. Y calma, se perdió la oportunidad. Ella. Empieza por algo suave. Poco a poco. Primero aprende a irte. Pasa la página. Pero no dejes de leer. Cambia de marca de cereales. Cambia de intenciones. De zapatos. Que le sigan las maneras. Con la frente bien alta. Déjalo estar. Y declárate insolvente. No puedes pagar el corazón que hipotecaste.