jueves, 11 de febrero de 2010

Una moda analfaestética


Háblame del interés,

Y del rechazo por el interesado. O mejor aún. Explícame el por qué de este embrollo verbal. Enlista las atrocidades de esta injusticia léxica. Si las hay.

Dime por qué castigan una palabra tan útil y tan llena de vida. Esa reafirmación expresa de aquello a querer, tener, poseer o disfrutar. Ese motor. Ese que-nos-mueve. Ese qué.

Dime quién no es interesado. Dime quién no se mueve por interés. Dime:

¿Quién no vive en felicidad entre amigos? ¿Quién no los tiene por el placer que se percibe a modo de renta emocional, imparablemente gratificante; del interés de untarse con el jugo del que dicha amistad desprende? ¿Quién es amigo de alguien por que no le interesa nada, porque nada interesante recibe? Dime, ¿quién se mueve por el no-interés? ¿Cuántos enamorados de algo banal para ellos?

Quizá resulta, que después de todo, el problema no son los interesados. Sea no a llamar las cosas por su nombre. Quizá el problema no sea, después de todo, ni el interesante ni el objeto de interés, sino el exilio de las sinceridades. Las que podrían asustar, molestar. Poco chachi-sociales. Suenan los 40 falsedades. Mal-llamados, interesados.

Mejor ser comedido en las maneras y blanquear quereres. Superchería de intenciones.

Mienteresados.

Ser sincero en los tiempos que corren. Acto de rebeldía.

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